Cuando decides ver una película que hace mucho que has visto siempre se siente inquietud por que haya envejecido mal y que lo que en su momento te entusiasmó ahora no te deslumbre. Cuando además esta película es un clásico del cine de acción de los 90 protagonizado por dos guaperas de la época, el miedo es aún mayor.
Sin embargo Le llaman Bodhi (Point Break) es una película que ha envejecido de maravilla. Eso sí, tendremos que perdonarle algunos de sus diálogos (que ya sonaban ridículos en la fecha de su estreno) y lo excesivo del personaje de Pappas interpretado por el ya muy excesivo Gary Busey. En todos los demás aspectos es perfectamente actual.
Gran parte del mérito hay que atribuirlo a Kathryn Bigelow, que sabe mantener la tensión durante toda la película y cuya labor sobre todo destaca en las abundantes escenas de acción. La espectacular persecución que se inicia tras un atraco y que después de una primera parte en coche continúa a pie cruzando calles, patios y casas, es una maravilla. La directora no se conforma con hacernos vibrar con la tensión de la cacería; nos brinda además imágenes tan icónicas como la de la destrucción del vehículo del robo en la gasolinera.
Y es que el ambicioso apartado visual es un aspecto muy destacable. Las escenas que incluyen actividades como el surf o el paracaidismo son sensacionales, pero son las de los atracos las que más se disfrutan por su estética tan cuidada.
En estas escenas, con los carismáticos atracadores elegantemente vestidos y los rostros ocultos bajo mascaras que representan a diferentes expresidentes de los EEUU, se crea una iconografía que quedará grabada en la retina. A ello contribuyen las simpáticas consignas de los atracadores: “Somos los expresidentes. Les hemos dado por el culo mucho tiempo, de modo que no les importará que lo hagamos un poco más”. “¿Que cómo voy? Contribuyendo a nuestro plan personal anti monopolio, Sr. Presidente”, “Muchas gracias, damas y caballeros. Por favor, no se olviden de votar”. O el clásico e irónico “No soy un criminal” con el que se despide el atracador caracterizado como Nixon.
Otro punto a destacar es la violencia y crudeza en cada uno de los enfrentamientos. Durante el caótico asalto a la casa de los “surferos-nazis” pasados de vueltas, vemos cómo toda la planificación salta por los aires y nos encontramos con un festival de tropiezos, ataques por la espalda, golpes e incluso un doloroso y gráfico auto-disparo en un pie. La directora no escatima realismo y aprovecha cada ocasión para mostrar las consecuencias de la violencia de manera muy gráfica.
También cabe resaltar el in crescendo que presenciamos durante el largo y trepidante tercer acto de la película. La acción entra en una vertiginosa espiral non-stop, donde vemos la progresión escena a escena hacia el más difícil todavía, culminada por ese salto épico sin red desde el avión, que nos mantendrá hipnotizados mirando a la pantalla.
Es en ese momento en el que la situación ya descontrolada desemboca en una orgía de sangre y muerte, evidenciando que las acciones de la banda se encuentran muy alejadas del discurso que predicaba su líder Bodhi. Aquí es también cuando vemos desaparecer el aura idealista que les rodeaba hasta este momento, y que no se recuperará hasta el epílogo, donde el perseguidor se erige como heredero del espíritu que teóricamente caracterizaba a los perseguidos.
Tuvo que ser interesante poder ver la primera reacción del ejecutivo al que presentaron el guión de esta película: “Sí, veamos, trata de un agente novato del FBI que persigue a un grupo de surferos que se dedican a atracar bancos para financiar la búsqueda de la ola perfecta”. Estoy seguro de que se quedó estupefacto. Y entonces se fijó en el sonoro nombre del novato: Agente Especial Johnny Utah.
¿Alguien hubiese sido capaz de resistirse a comprar la idea? No lo creo…