Si los personajes de 13 Rue del Percebe se plantearan dar un golpe, el resultado se parececía mucho a Atraco a las tres (1962). No es casualidad que el famoso tebeo se publicara por primera vez justo un año antes de la película, en 1961. Hay mucho de tebeo en la maravillosa comedia de Forqué: el atrezzo con aire de juguetería, el esparadrapo que cubre los chichones o la ortopedia como de viñeta animada de la pelea final entre las dos bandas de “atracadores” son un buen ejemplo, entre otros.
Atraco a las tres se sitúa en los primeros asomos del desarrollismo de los años 60. La película nos muestra una sociedad que quiere olvidar las privaciones de una larga posguerra, pero que a la vez está indeleblemente marcada por la experiencia de esas penurias y condenada a que su intento de dejarlas atrás sea siempre precario y bordee lo ridículo.
El retiro forzoso del entrañable director de la sucursal, don Prudencio (José Orjas), querido por todos los empleados, proporciona la ocasión para que éstos, liderados por Galindo (López Vázquez), decidan atracar su propia sucursal para sacudirse la resignación de una vida de estrecheces y servidumbre. El móvil clásico del género, robar un banco para conseguir una vida mejor y más libre, adquiere en Atraco a las tres forma de protesta ante una realidad zafia, anuladora y miserable.
No hay codicia en este grupo delirante e imposible de atracadores, que incluso contempla asignar una parte del botín al cesado don Prudencio, tan sólo el deseo de satisfacer esos caprichos en los que a veces, de un modo un tanto pueril, ciframos nuestra felicidad o nuestra autoafirmación. Es imposible no acordarse de las peticiones de los aldeanos del Bienvenido, Mr Marshall (1953) berlanguiano al escuchar lo que los personajes de Atraco a las tres desean hacer con el dinero del golpe: comprar unos trajes, un televisor o, a lo sumo, un studebaker.
También resulta imposible no vincular Atraco a las tres con otra película de Berlanga, la genial Plácido (1961), sólo un año anterior a la obra de Forqué. Las dos comparten una misma atmósfera. A ello contribuye, desde luego, que muchos de los actores trabajen en ambas películas: José Luis López Vázquez, Agustín González, Cassen, Manuel Alexandre, José Orjas… Pero si a veces parece que el banco de Atraco a las tres en el que el risueño Cassen trabaja como conserje es el mismo banco de Plácido en el que el atribulado Cassen intenta pagar una letra, no es sólo por la coralidad de esta galería insuperable de secundarios (?), sino porque ambas películas comparten una misma manera de retratar a los personajes: una mirada tierna y compasiva en la que el humor es la clave, el filtro fundamental de la narración.
Un humor que es sobre todo una forma de comprensión de las miserias humanas en la circunstancia ridícula y alienante de la España franquista. Y que por eso mismo, por debajo de su punto dulzarrón, se vuelve también un instrumento de denuncia y sátira, aunque nunca radical. Este ternurismo, rastreable por ejemplo en la obra de Cela o Mihura, amortigua la crítica social no sólo por razones obvias de censura o por el sesgo ideológico de los autores, sino porque busca empatizar con los personajes, mostrar su humanidad más allá de su condición de víctimas de una realidad penosa.
En esta percepción de la humanidad de los personajes el trabajo de los actores es esencial y Atraco a las tres, no hay duda, es una de las películas del cine español con un reparto más redondo y en estado de gracia (en el que hasta cabe decir que un Alfredo Landa en sus inicios es quizá el más discreto). Su capacidad para encarnar las frustraciones e ilusiones cotidianas del hombre y la mujer corrientes desde una vis cómica con sello propio convierte sus interpretaciones, por encima incluso del guión, en el verdadero motor de la película.
Mención especial merece el trabajo de José Luis López Vázquez, que con Galindo alcanza una de las cimas de su carrera, es decir, una de las interpretaciones más memorables del cine español (o del cine a secas). No puedo dejar de ver en él algo así como un Peter Sellers ibérico con algunas gotas de Groucho Marx. Su expresión corporal, su manera de mover la cabeza y las manos, de entonar las frases, de dar la réplica, sólo puede llevarnos a dedicarle una de sus míticas frases: señor López Vázquez, aquí “un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”.