Gremlins y El club de la lucha son la misma película. Y no, no se trata de una afirmación absurda para justificar uno de los esquizofrénicos emparejamientos tan característicos de nuestra programación.
La idea me vino a la cabeza una vez que los dos títulos ya estaban decididos, cuando creía que, por muy distintas que fueran, la extraña mezcla de diversión y provocación podía funcionar de la misma manera que funcionó combinar Los Goonies con Reservoir dogs.
A partir del momento en que empecé a encontrar similitudes entre las travesuras de los gremlins y el Proyecto Mayhem de Tyler Durden, ya no podía sacármelo de la cabeza. Sin ahondar demasiado, me resultaban evidentes varias ideas que se repetían en ambas aunque hasta ese momento no había reparado en ello.
La critica a la sociedad de consumo seria una de esas conexiones. En Gremlins se centra en la avaricia de los usureros y los especuladores, y en la tecnología que vemos presente y funcionando (o funcionando mal) en muchas de sus escenas, desde coches que no arrancan hasta los fallidos inventos del padre del protagonista. En El club de la lucha el mensaje es aún más evidente, con continuos discursos en contra de las marcas, de las corporaciones y de las posesiones que acaban poseyéndote.
Otro nexo, muy evidente, es el trastorno disociativo de identidad que sufren los protagonistas y que desemboca en la creación de un alter ego más o menos real con el que dar rienda suelta a las facetas reprimidas de la personalidad. Al ingenioso pero anónimo Narrador lo encontramos intentando paliar su insomnio y su carácter desgraciado mediante la visita a grupos de ayuda para mitigar su angustia al presenciar el sufrimiento ajeno. Tras la aparición de Tyler Durden, éste se convierte en el yin para su yang (sí, como en la mesa que vuela por los aires). El Narrador es arrastrado al mundo de Tyler, un líder decidido que no duda en sabotear cada elemento a su alcance para intentar destruir el sistema culpable de la miseria que ahogaba a su otro yo.
El desdoblamiento del adorable pero retraído Gizmo es más físico y al romperse las reglas que le mantienen coartado presenciamos el traumático nacimiento de sus hijos-hermanos con el carismático Stripe a la cabeza, en los que prevalecen todas aquellas facetas del carácter ocultas en el original. La transformación será aun más brutal cuando, tras infringirse una nueva regla y comer a la hora prohibida (¿el pecado original?), los peluches se transformen en bestias.
El último punto en el que también coinciden es en la consecuencia de esa liberación. Si en la primera aparición de sus versiones alternativas los protagonistas se muestran recelosos pero casi relajados al haber desatado esa parte podrida de sí mismos, en seguida queda claro que sin una parte racional que las equilibre estas creaciones sólo pueden provocar la destrucción.
En Gremlins vemos que el pueblo queda arrasado por estos monstruos con personalidad de niños. Por muy terribles que sean las consecuencias de sus actos, sus acciones son las ideas que pasan por la cabeza de cualquier adulto sin el filtro creado por la madurez y la conciencia. Para recalcar ese carácter infantil tenemos la escena del cine, en la que vemos a todos los monstruos reunidos para disfrutar de Blancanieves. En El club de la lucha, una vez que Tyler toma el control de la historia, rápidamente pasamos de pequeñas actividades contra el orden establecido a la creación de un ejército que perpetrará el acto terrorista definitivo contra el sistema económico actual.
De hecho, llegados a un punto, los protagonistas originales, muy inferiores a las nuevas e imparables creaciones, intentan plantarles cara y detenerlas. Pero en los dos casos es demasiado tarde: para cuando reaccionan ya se han desencadenado los acontecimientos y se ha creado un caos que tendrá consecuencias a largo plazo y marcará el futuro de los protagonistas y del mundo que les rodea.
Si el miedo es lo que nos protege a nosotros mismos de la muerte, el autocontrol, las reglas morales y la ética son lo que protege a los demás. Sin ellos la liberación sólo puede derivar en un retorno a los orígenes salvajes y a la anarquía.
Robert Louis Stevenson mostraba en El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde lo atractivo de la rendición a la lujuria interna y lo fascinante de reventar la respetabilidad externa despreciando la hipocresía social, pero también dejaba claro que el equilibrio entre las personalidades es imprescindible y que separar una de la otra sólo conduce a la muerte. Para mantener la cordura, las dos personalidades, aun separadas, deben mantener el contacto y equilibrarse: Jekyll necesita a Hyde, Batman necesita a Bruce Wayne y Heisenberg necesita a Walter White. Sin ellos, sólo son monstruos carentes de humanidad abocados al desastre independientemente de cuáles sean sus propósitos.
Pero vamos a dejarnos de consecuencias y disfrutemos de las gamberradas de los gremlins y de la hipnótica invitación al caos y la rebelión de Mr. Durden. ¡¡En Bang Bang todo es fiesta!!