El relato de la intromisión de un ser maligno en una plácida comunidad es un modelo narrativo clásico. Si bien esta aparición del mal siempre genera desastres y desgracias, la comunidad unida contra el mal reacciona catárticamente o surgen unos héroes que se enfrentan a la agresión. Este final en positivo explica, parcialmente, el éxito multitudinario de la figura del maligno en el cine.
El argumento de una fuerza demoniaca instalándose en una casa, en una familia, en una comunidad, en aquello cotidiano y casi sagrado tiene una referencia clásica en Rosemary´s baby (La semilla del diablo, 1968) de Roman Polansky. Ambientada en un bloque de apartamentos siniestro, el film abrió un camino en el cine del género, incluyendo una nueva óptica con el personaje del Diablo en la tierra, una óptica más extremista que cualquier película anterior: el pacto satánico y el nacimiento del hijo del Demonio.
El Exorcista (The Exorcist, 1973) de William Friedkin explotó el asunto de la presencia diabólica llevándolo también al extremo pero en versión posesión satánica con el terror religioso. Su éxito se atribuyó a la austeridad y al realismo de la historia. La cinta planteó la dicotomía entre la ciencia y el laicismo contemporáneo, por un lado, y por otro, formas de creencia y religiosidad aparentemente superadas en el siglo XX. En palabras de su director: «Es una parábola del cristianismo, de la eterna lucha entre el bien y el mal».
La cinta rompió todos los pronósticos sobre las películas de terror y obtuvo diez nominaciones a los Oscar de 1973. No se puede decir hoy apenas nada nuevo de una de las películas de terror por antonomasia: La posesión demoníaca en adolescentes, la estética propia del cine underground de los sesenta, los efectos especiales más punteros de la época, la caracterización de los personajes, sus fuertes líneas de diálogos y el terror a lo desconocido, a lo sobrenatural, a lo que la ciencia no puede explicar son aspectos ya muy trillados.
A pesar de ello, hay que destacar que este film de Friedkin suma buenos ingredientes para cocinar una obra de referencia. Combina la sobriedad en las imágenes del exorcismo con un verosímil desarrollo de la búsqueda de una explicación a todo lo que está ocurriendo, haciendo que resulte una experiencia realista para la época. La película ofrece también escenas inolvidables como la de la masturbación con el crucifijo o ese famoso giro de cabeza de 360 grados. El poder de estas y otras polémicas imágenes, muchas de gran calado moral, aún asombran hoy en día.
Revisitar en el tiempo El exorcista es fascinante. Los amantes del cine reconocemos su enorme influencia en el cine, que derivó en su calco hasta el hartazgo en sagas y franquicias posteriores. Hoy es inevitable reconocer el paso del tiempo en algunos diálogos y escenas. El hecho de que tantas películas posteriores hayan seguido su estela no le ha ayudado, incluso llegando a trivializarla. Si a eso le añadimos el mayor realismo conseguido por el cine de nuestros días y una cultura audiovisual en la que estamos acostumbrados a ver ya todo tipo de atrocidades, seguro que la visión de esta película desde la adolescencia contemporánea tiene un efecto bien distinto.
En mi caso, ya hacía años que se había estrenado cuando yo llegué a tener noticia de ella. Pero para alguien que iba al cine prácticamente todos los domingos, el morbo por verla fue aumentando a medida que iba siendo consciente de todo el ruido que había ido generando. Se contaba que a lo largo del rodaje hubo numerosas desgracias, accidentes y muertes. Hubo una campaña que decía que en el cine muchas personas sufrían ataques de nervios y que había ambulancias a la puerta de los cines.
El caso es que yo veía el libro de William Peter Blatty en las revistas de Círculo de Lectores. Me fascinaba el propio cartel con ese hombre parado en la oscuridad delante de una casa que desprende sobre él una luz aterradora… Pero llegué antes al mundo psicodélico del Tubular Bells de Mike Olfield que a la película. Para cuando, por fin, tuve ocasión de verla, ya iba cargado de tantas expectativas que ese primer encuentro fue una cita agridulce. Hubo momentos que me cansaron, como el excesivo prologo y el final. Pero reconozco que otros momentos me impactaron. He tenido ocasión de verla por lo menos en otras tres ocasiones y, como dice un amigo, la película ha ido creciendo.
Porque El exorcista es, sin duda, uno de los títulos más carismáticos del moderno cine fantástico. Revitalizó el tema de las posesiones. Su aparente efectismo, aunque ya superado, causó sensación en su momento.
Y porque no se le puede negar su papel pionero al aterrorizar a partir de una imagen tan sobada como la del Diablo. Desde del Doctor Fausto a los Rolling, la del Diablo siempre ha sido una imagen ambivalente. Por una parte, ejerce la seductora atracción de lo prohibido, de lo oscuro, “del otro lado”. Por otra parte, resulta agresiva, malvada y dañina. Desde luego mi simpatía por el diablo se queda con Mick Jagger frente a sus otras representaciones, se llamen Regan, Salvini o Bolsonaro.