La última película de J. A. Bayona se estrenó en el Zinemaldia rodeada de mucha expectación, pero la respuesta del público no fue unánime. De hecho, hubo una división radical de opiniones: por un lado estaban los que, entre lágrimas, la celebraban como una obra maestra, y por otro, los que la acusaban de ser una película artificial en la que se podía ver al director moviendo los hilos desde bambalinas, con la única intención de hacer llorar al público: ahora una mirada triste, ahora un suspiro, ahora una melodía…
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