Tres amigos. Dos equipos. De bolos en un caso. De asesinos en otro. Pero colegas, al fin y al cabo. Amistad y lealtad. Cine negro. Y una música con una importancia vital en la trama. Estos son los puntos en común de “Uno de los nuestros” y “El gran Lebowski”, la sesión doble de Bang Bang este sábado 28 en el Principal.
Ambas películas nos presentan un verdadero estudio de la amistad y de los colegas. Los lazos de amistad entre “El Nota” y sus amigos son dispersos, como la propia película. Pero firmes. La amistad entre Henry, Tommy y Jimmy es, por decirlo de alguna manera, más “frágil” porque ellos forman una especie de sociedad siempre al borde del rompimiento, con la amenaza continua de la traición, la doblez moral, o la puñalada por la espalda.
En 1972 Coppola dirige “El Padrino”, donde nos presenta la mafia como una institución criminal pero fundaba en una serie de virtudes como la lealtad, el honor y la solidaridad. En 1973 Martin Scorsese ya empezaba mostrar su “cara B” del mismo tema con “Malas calles”. En 1990 se rueda “El Padrino III”. Y Scorsese de nuevo nos presenta la antítesis: “Uno de los nuestros”.
Mientras Coppola nos contaba una historia de poder y culpa centrándose en los grandes jefes, Scorsese prefiere concentrarse en los “mandos intermedios”, que sin duda son mucho más interesantes para la idiosincrasia y el estilo scorsesiano, tan propenso a estudiar con pasión y verismo a personajes que tienen que hacer frente a la culpa y la violencia.
El arranque de “Goodfellas” es espectacular. Tres tipos conduciendo un automóvil en plena noche, unos ruidos extraños, se bajan a abrir el maletero para que observemos cómo acuchillan y disparan sobre el cuerpo envuelto en trapos ensangrentados. Y la voz en off: “Desde que tengo uso de razón, siempre he querido ser un gangster”
A partir de ahí asistimos al ascenso y caída de Henry Hill, que ya a sus trece años, en la década de los 50, soñaba con ser un gangster mirando desde la ventana a aquellos italianos con sus trajes caros frente a sus padres y sus vecinos, unos auténticos don nadie. Henry se convertirá en el chico para todo de Paul Cicero (Paul Sorvino) de la mano de otro “aprendiz”, Tommy DeVito (Joe Pesci) y la banda de Jimmy Conway (De Niro). Con los años se convertirán en los mejores amigos. Hacen negocios rentables. Henry se acostumbrará a los trajes caros, a la coca, a la vida de lujo y a los escarceos fuera de su matrimonio.
Uno de los nuestros no es (sólo) una película de gangsters. Es un torbellino de pasión y también una visión de la humanidad horrible y sin pudor. Al principio pensamos que los personajes son buenos compañeros: su camaradería es tan fuerte, su lealtad tan incuestionable. Pero en ocasiones las sonrisas son torcidas y forzadas, y cuesta mucho disfrutar de la fiesta. Sobre todo si Tommy DeVito te mira diciendo: «Como soy de gracioso? Quizá como una payaso de circo? Yo te hago reir? Crees que estoy aquí para divertirte?». Con este panorama no es de extrañar que al final todo se venga abajo estrepitosamente y entonces aparecen la traición, el miedo y la culpa. La auténtica culpa que un católico como Scorsese conoce a la perfección y que ha tratado constantemente en sus películas.
Scorsese nos describe minuciosamente el mundo de los gangsters, sus ropas, sus coches, la especial atención con que se prepara la comida. Esas esposas que miran siempre para otro lado. Un mundo cerrado y una existencia ordenada. Hasta que ese mundo ordenado empieza a presentar grietas y Henry rompe las reglas en una estrepitosa caída que le lleva a convertirse en delator, lo que a su vez le condenará a vivir en el anonimato el resto de su vida. Desde ese anonimato se nos presenta esta película como un relato de recuerdo, de nostalgia por una época pasada irremediablemente perdida, pero contada con la lucidez de constatar el momento y las razones por lo que todo se echó a perder. Precisamente con ese momento se cierra la película, de nuevo la voz en off de Henry ahora en mitad de ninguna parte escondido en un programa de protección de testigos. Dice Henry: «Nada más llegar aquí pedí spaghetti con salsa marinara y me mandaron macarrones con kétchup. Soy un Don Nadie. Y tengo que vivir el resto de mi vida como un gilipollas»
Estamos ante otra historia de perdedores, que de alguna forma saben de lo efímero de su existencia y que viven el presente, porque saben que todo puede acabar de forma brusca con la cárcel o un tiro en la cabeza, y por ello disfrutan de la vida y tratan de exprimir el momento al máximo.
“El gran Lebowski” también plantea su propia filosofía de la vida. En este caso, cómo decirlo, casi “contemplativa”. Aquí nos encontramos también con un grupo de amigos muy dispares unidos por su pasión por los bolos. Aunque no sólo ellos, sino los personajes que les rodean, son lo que dan su verdadero carácter a esta película. Empezando por su protagonista: un vago profesional cuyas únicas actividades conocidas son escuchar Creedence, fumar marihuana, beber rusos blancos y el bowling. Con dos inseparables amigos: Walter Sobchak, un excombatiente de la Guerra de Vietnam, un tipo totalmente inestable, de carácter violento y dominado por su exposa. Y Donny Kerabatsos, un tipo ingenuo que interrumpe a Walter para preguntar cosas que no ha entendido, a lo que Walter siempre responde «¡Cierra la puta boca, Donny!» (Shut the fuck up, Donny!).
Otros personajes delirantes son Maude Lebowski, la hija de «El gran Lebowski», artista cuyo trabajo ha sido elogiado por ser “fuertemente vaginal”; “Los Nihilistas”, compuestos por Uli, Franz y Dieter. Y cómo no, el gran Jesús Quintana, contrincante de El Nota en la bolera, latino excéntrico y pendenciero que habla de sí mismo en tercera persona. Personajes estrambóticos y alocados, en los márgenes del sueño americano, y en una ciudad como Los Angeles (dónde si no) con un pasado de drogas y música marcado a fuego.
En un historia extraña, que no va a ninguna parte, que fluye con una voz de narrador que también se pierde al comienzo de la película indicándonos por dónde van a ir los tiros. Pero nada importa mucho porque todo parece improvisado. Todo se improvisa como lo hace siempre El Nota cuando se pierde en una frase o intenta salir de alguna situación complicada.(« Como dijo Lenin, si buscas a la persona que se beneficia… entonces…,ehhhh… o sea… descubrirás… entiendes lo que quiero decir, no? «)
Una historia que derrocha libertad creativa, que va desde los mencionados nihilistas alemanes, a las alfombras voladoras, pasando por los jugadores de bolos con hambre de humillación (qué grande John Turturro), hasta el tributo-crítica a los judíos o las escenas oníricas de musical.
La película, que ni siquiera se cierra en su final, transmite una química impresionante con unos tipos que a todos se nos han quedado grabados y que nos aportan innumerables referencias y gags. Todos estos elementos, y algunos más, pueblan el mundo del “Nota” y sus amigos, y consiguen conformar una comedia irreverente. Hay quien dice que es una película icónica para la gente que se identifica con esos antihéroes cuyo único cometido en esta vida es disfrutar de su principal afición y charlar para encontrar justificación a sus errores cotidianos.
“Uno de los nuestros”, obra maestra, se enmarca en el género negro. Pero también «El gran Lebowski«, con muchas referencias a las novelas de detectives de Raymond Chandler. Hay un supuesto secuestro, un dinero para el rescate, una banda que quiere aprovecharse de ese secuestro. Igualmente ambas películas comparten el lujo de tener unas bandas sonoras espectaculares. En el film de Scorsese es la música la que va marcando el paso de los años, de los 50 a los ochenta, en ocasiones poniendo contrapunto a escenas brutales que se desarrollan con una balada de fondo. Por su parte, los Cohen acompañan su película de una banda sonora ecléctica pero inseparable de sus escenas. Yo no puedo escuchar a los Gipsy Kings en su adaptación de “Hotel California” sin ver a Jesús bailar en la bolera. Y qué decir de temas tan dispares como el oscuro “The Man In Me” de Dylan o el “Dead Flowers “de los Rolling.
“El Gran Lebowski” y “Uno de los nuestros” son ya parte de la historia del cine. Dos visiones distintas del otro lado del sueño americano. Historias de perdedores. Sociópatas, vagos, descerebrados, ambiciosos, Pero amigos al fin y al cabo. Henry, Tommy, Jimmy, “El Nota”, Walter y Donny. Supongo que nunca se han conocido. Lo harán este sábado 28 en El Teatro Principal. El resultado puede ser devastador. Yo no me lo perdería. Walter se enfadará muchísimo. Y ya sabéis: «Como te apuntes un ocho… vas a conocer el dolor».