Una de las mayores virtudes de la sección “Nuevos Directores” es la frescura de sus propuestas. Enfrentarse a las películas con pocas o ninguna referencia de lo que se va a ver suele llevar a un cosquilleo de incertidumbre cuando se pagan las luces de la sala. Muy a menudo sólo se cuenta con las escuetas líneas de la sinopsis del librito para adivinar el tono de lo que te contarán, y todos sabemos que esas líneas casi siempre despistan más que ayudan: “Vacaciones, una isla en el Mediterráneo. Tres extravíos al final del verano. La determinación de hacer que las cosas cambien sin que importe el precio. Nostalgia por un pasado que nunca existió”.
No podemos decir que en este caso sea un resumen desacertado, ya que en Parasol nos encontramos con tres personajes vagando por lo que muchos consideran el infierno en la tierra: la Mallorca más turística, formada por chiringuitos de otra época y trenes de paseo, actividades para jubilados y hooligans que se dedican a abusar del pobre pardillo que caiga en sus manos.
La cámara sigue a los tres protagonistas, tres perdedores de edades y procedencias muy distintas, a los que el director, Valéry Rosier, en algunas ocasiones trata con ternura y en otras los hace sufrir con un guión que los ahoga en la miseria.
El primero de ellos es un chaval inglés que ha terminado en la isla acompañando a sus padres de vacaciones. Intentando huir de las actividades familiares y vivir algo para contar a sus amigos que no sean las mentiras habituales, se aventura en la Mallorca más canalla y se acabará adentrando en un mundo al que no pertenece y que lo masticará para después escupirlo sin ningún tipo de clemencia.
También seguiremos a un nativo de la isla, empleado por una empresa turística de la zona, que intentará evadirse de su odiado empleo preparando una fiesta de cumpleaños para su hija y, de esa manera, tratar de recuperar su cariño. Sus tribulaciones con la niña, siempre bordeando el delito, dejan claro que las decisiones que le alejaron de la pequeña seguirán repitiéndose en el futuro por mucho que logre un paréntesis temporal basado en las mentiras.
Y por último, nos encontraremos con la historia de una jubilada belga que, por el carácter casi quijotesco de su peripecia, resulta la más interesante. Fugada del cobijo de su familia, encontramos a la señora refugiada en un hotel plagado de jubilados y resistiéndose a volver a casa a pesar de las constantes llamadas de sus hijos, que insisten en que se deje de tonterías y regrese a su país, donde es fácil adivinar que lleva una vida sin ningún tipo de alegrías. Pero regresar a esa vida es algo a lo que ella no está dispuesta.
Ese espíritu de rebelión será el que guíe su aventura, nadando constantemente a contracorriente, por ejemplo negándose a participar en las actividades grupales de su hotel o persiguiendo un ligue al que ha conocido en la red pero con el que se resiste a consumar la aventura. Esta actitud será la que le lleve a dar la vuelta a su destino y, gracias a alguna aliada que encontrará en el camino, nos permitirá asistir a la escena más benévola de la película, en la que sonreiremos viendo cómo una sombrilla de piscina se transforma a sus ojos en una barra de strip-tease donde emular sin ningún tipo de pudor lo que ha aprendido hasta entonces.
Y nos despedimos de ella, y de la película, con nuestra jubilada eligiendo sentarse sola en la playa a la sombra de un parasol, dejando caer unas pocas monedas en la arena para cambiar el destino de un buscador de metales, ahora que ya ha conseguido cambiar el suyo.
Bang Bang Zinema 