Amo el cine. Como entretenimiento, como expresión artística y como industria. Esto me lleva a que a menudo, y sobre todo en festivales, me encuentre defendiendo películas delante de unos y otros. Muchas veces me da la sensación de que las películas son como hijos de padres separados. Lo que gusta a uno de los progenitores casi nunca agrada al otro. Y por aclararlo, el padre son los críticos y la madre, el público que deja su dinero en la taquilla.
Por eso me hace tanta ilusión encontrarme con una película como Sicario, capaz de entusiasmar a unos y a otros. Una película que no hace falta defender, ya que sus autores tienen el suficiente talento como para contentar a casi todo el mundo.
En Sicario nos encontramos de nuevo en la frontera de EEUU con México. La película narra un episodio de la guerra que se libra entre las fuerzas de la ley norteamericanas y los narcos. A través de los ojos de una agente del FBI que se incorpora a un grupo de élite antidroga se nos muestran algunas de las maniobras del gobierno estadounidense, guiadas por el la idea de que el fin justifica los medios.
Aunque el tema ha sido abordado infinidad de veces en el cine (recordemos, por ejemplo, la estupenda Traffic de Steven Soderbergh), aquí nos encontramos con un tratamiento distinto: en vez de mostrarnos un amplio panorama de la situación actual, la película se ciñe a contarnos una escaramuza concreta protagonizada por tres magníficos personajes.
La protagonista, Kate, es una agente del FBI interpretada por Emily Blunt: una mujer dura aunque vulnerable y, sobre todo, aún con conciencia. A través de ella, nos acercaremos a los otros dos ejes de la narración: Matt (Josh Brolin), un agente veterano que no duda en hacer lo necesario para sacar la misión adelante, y Alejandro (Benicio del Toro), un misterioso aliado que por sus actos deja claro que no es nuevo en esta guerra.
Denis Villeneuve sabe dotar a la película de un ritmo in crescendo pero no olvida dejarnos respirar mostrando pequeñas conversaciones iluminadas por el resplandor de un cigarro que, sin embargo, aportan mucho a la construcción de los personajes. Pero hay que admitir que es en las escenas de acción donde destaca especialmente su trabajo y con las que consigue que nos situemos al borde de la butaca, jugando con el punto de vista y la sorpresa, para mantenernos hipnotizados, con la mirada fija en la pantalla.
Otro de los apartados que brilla en la película es el técnico. Johann Johansson, con una música a ratos imperceptible, consigue crear un ambiente de tensión que combina a la perfección con los brutales efectos de sonido. Pero si hay algo que destaca sobre todo lo demás es la fotografía, obra de Roger Deakins. Las escenas del desierto de Texas son bellísimas, todo lo que acontece en Ciudad Juarez esta rodado con un aire documental que pone los pelos de punta y las escenas nocturnas en las que combina diferentes formatos de imagen son soberbias.
En una reciente entrevista Villeneuve se definía como un escritor de guiones muy lento. De hecho, entre su segunda y tercera película pasaron nueve años. Y afirmaba que, dada su situación actual en la industria, en vez de sacar adelante sus propios proyectos podía elegir los que más le interesaran de otros y así estrenar un titulo cada uno o dos años, en vez de cada nueve. Viendo lo que ha hecho con Sicario no podemos sino aplaudir esta decisión. Necesitamos más películas de Villeneuve y, sobre todo, el cine necesita más películas como las de Villeneuve.