Si hay algo que debo agradecer al Zinemaldia es haberme reconciliado con el cine español después de unos cuantos años en los que lo había dejado prácticamente de lado. Estoy seguro de que en ese tiempo se estrenaron grandes películas (de hecho, algunas las he recuperado después), pero entonces no me interesaban lo suficiente como para comprar una entrada, y en su lugar elegía una película coreana, rumana o norteamericana.
Y entonces, en el Festival de 2011, llegó No habrá paz para los malvados. Y viendo cómo Coronado engullía cubatas, me reconcilié con los actores españoles… y con el cine español. Después vinieron Caníbal, Vivir es fácil con los ojos cerrados, Magical girl, Blancanieves, La isla mínima, Retorno a Ítaca o Truman. Y así hasta el Zinemaldia del año 2016, en el que tres películas (Colosal, El hombre de las mil caras y Que Dios nos perdone) se colaron entre mis favoritas del festival y probablemente del año.

De la primera es obligado alabar su originalidad. Nacho Vigalondo va con Colossal un paso más allá de lo que había ido en sus anteriores películas y se atreve con una propuesta tan marciana y enorme como sus monstruosos protagonistas. La trama se sitúa en los lejanos EEUU y Corea del Sur, pero nos habla de temas muy cercanos. Saca el máximo partido a dos actores estupendos y muy entregados (Anne Hathaway y Jason Sudeikis) para conseguir su película más redonda y valiente, en la que nunca elige el camino fácil y con la que sorprende haciendo que funcionen giros que sobre el papel resultan increíbles.
El hombre de las mil caras es un thriller vibrante y con un ritmo imparable que consolida a Alberto Rodríguez como uno de los mejores directores españoles, un puesto que ya se había ganado con dos películas imprescindibles: Grupo 7 y La isla mínima. En esta ocasión nos cuenta una historia que acaparó portadas a mediados de los 90: el caso Roldan. La película sigue a Francisco Paesa en su empeño de recuperar su posición de poder, tras haber salido malparado de una misión de espionaje que se torció. La aparición de Luis Roldan en su vida se convierte en la oportunidad que necesitaba, y a partir de ahí tramará un plan tan complejo como brillante.
Mucho se ha hablado ya del maravilloso y justamente premiado Eduard Fernández, que construye un Paesa misterioso y fascinante, así que aquí destacaremos a Carlos Santos, que interpreta a un Luis Roldan patético pero creíble, que bordea la caricatura sin caer en ella.
Y por último, destaco Que Dios nos perdone, una historia policiaca que demuestra que es posible trasladar la clásica buddy-movie norteamericana al cine español sin que desmerezca en comparación con sus modelos originales. Perversa, incómoda y muy potente son adjetivos que se le ajustan. Rodrigo Sorogoyen brilla como director, imprimiendo una enorme tensión en los pocos momentos en los que el guión de la película flaquea.
La trama narra la historia de dos policías que deben intentar detener a un asesino en serie en una ciudad al borde del colapso: la crisis económica, una ola de calor asfixiante y la visita del Papa como telón de fondo.
Con Que Dios nos perdone mi reconciliación con los actores españoles ha pasado a ser admiración. Antonio de la Torre y Roberto Álamo se someten a un tour de force con dos personajes al límite que por momentos no son demasiado distintos al asesino que persiguen.
Que Dios nos perdone es tan intensa que no deja ni un respiro al espectador, sumergido en un Madrid de barrio tan reconocible como deprimente y en una historia de la que nadie saldrá indemne.
Así que gracias, Zinemaldia, por obligarme a prestar atención a un cine que tenía olvidado y que gracias a ti he redescubierto. En septiembre volveré a por más.