Lo admito, de entrada no era muy fan de Amor a quemarropa (True Romance, 1993). Bueno, mejor dicho no era (no soy) muy fan de Tony Scott. Pero después de verla de nuevo, la película me parece que está llena de una fuerza y una frescura que la recorren durante todo el metraje. A nadie se le escapa que los puntales de la película, además de la banda sonora, son el espléndido guion de Tarantino (anterior a Reservoir Dogs, 1992) y un reparto estelar y en estado de gracia, empezando por la química de la pareja protagonista (Christian Slater y Patricia Arquette), acompañada por una galería de secundarios memorable, que combina pesos pesados ya consagrados para entonces, como Christopher Walken, Dennis Hopper o Gary Oldman, y una nueva generación de actores, representada por Brad Pitt, James Gandolfini o Samuel L. Jackson.
Creo que la clave de la película está en lo bien que encaja la energía juvenil de Tarantino, Slater y Arquette con una historia de amor loco y apasionado, punteada de humor y vitalismo. Clarence y Alabama conectan de inmediato porque son dos personas especiales, unidas por el deseo de vivir libres y alegres, de dejar atrás una vida difícil que sin embargo no los ha convertido en unos amargados ni ha destruido su optimismo, sino al revés, que les hace buscar, incluso temerariamente, un futuro lejos de un Detroit en decadencia que funciona como símbolo de un mundo en el que no se sienten adaptados, una ciudad gris que conspira contra su amor y su juventud, representados en los colores de su ropa, su coche o sus míticas gafas.
Su primera salvación es su propio amor, pero el azar o el destino los empujará a un riesgo que ellos verán en seguida como una oportunidad para escapar, para alcanzar esa vida nueva, que consiste en disfrutar de su amor y no someterse a las reglas del feo mundo. Las cosas, claro, se complicarán.
Amor a quemarropa es una gran historia de amor, y también una road movie, un thriller, una comedia… El guion es un ejemplo perfecto de esa capacidad genial de Tarantino para mezclar elementos y géneros, para homenajearlos y parodiarlos a un tiempo y crear con ello algo nuevo y personal, inmediatamente reconocible como tarantiniano. Imposible no citar, por ejemplo, el diálogo entre Christopher Walken y Dennis Hopper, una escena que nos lleva directos a Reservoir Dogs o Pulp Fiction (1994).
Si algún reparo se le puede poner a la película es que la realización de Tony Scott no acierta siempre a trasladar esa distancia estética que Tarantino crea en torno a los materiales de la historia. Tarantino es un formalista puro: la violencia, la venganza, las pasiones, el amor, son en su cine otros tantos elementos al servicio del propio pulso de contar, de la creación de un discurso cinematográfico. No se toman en serio, por así decir. Lo que se toma en serio Tarantino es el cine.
Tony Scott duda a la hora de plasmar el guion: por un lado lo rueda, podríamos decir, literalmente, tomándoselo en serio. Pero claro, por otro, el toque Tarantino es demasiado fuerte para no asomar una y otra vez, con lo que se crea cierto desajuste, cierta impresión de que algo no termina de encajar. El resultado es que a veces la película puede parecer involuntariamente disparatada.
De todos modos, esa especie de desajuste también ha contribuido a que Amor a quemarropa haya sido desde el principio una peli especial, una peli de culto. Bueno, eso, y la sonrisa desarmante de Alabama… Qué ganas de verla en la pantalla del Principal.