EL ARMA SECRETA DE KEYSER SÖZE

 

Atención, spoiler: si no has visto Sospechosos habituales NO leas este post.

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Sospechosos habituales (The Usual Suspects, Bryan Singer, 1995) brilla desde la relojería perfecta de su guion. Su elegante artificio mantiene hasta el final la tensión por resolver el misterio que recorre toda la película: ¿quién es Keyser Söze? ¿Existe realmente? ¿Es un mito o la máscara de alguien que quiere ocultarse? El guion de Christopher McQuarrie, que se llevó el Oscar, nos envuelve en un juego de espejos mientras desarrolla un particular thriller de suspense, en el que destaca la fuerza dramática de los personajes de Dean Keaton (Gabriel Byrne) y, sobre todo, Roger “Verbal” Kint (Kevin Spacey, que también ganó el Oscar).

Keaton es una vieja gloria del robo, un tipo con clase y con carisma que intenta, sin mucho éxito, tener una vida de respetable hombre de negocios. Pero los polis no se han olvidado de él. Su pasado le persigue. Es un sospechoso habitual. “Verbal”, en cambio, es un ratero de poca monta. Un tullido voluntarioso pero débil al que los demás no toman del todo en serio.

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Ellos son los protagonistas de una historia construida por diálogos, conversaciones, réplicas. De hecho, el núcleo mismo de la película es en realidad una conversación: el interrogatorio al que el agente Dave Kujan (Chazz Palminteri) somete a “Verbal”. Él es el narrador de la historia, la voz que nos la cuenta. Porque si exceptuamos una breve parte inicial, unos pocos momentos en el desarrollo y el cierre de la película, el resto es la visualización en flash back de lo que “Verbal” va relatándole a Kujan en el despacho de la comisaría. Como espectadores, nos movemos siempre en su versión de la historia. Él domina la narración. Él es… Keyser Söze. Lo sabremos en los instantes finales, y nuestro asombro será el mismo que el del agente Kujan, que ha permanecido ciego todo el tiempo, enredado en la tela de palabras tejida por “Verbal”.

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Porque ésa es el arma secreta de Keyser Söze: las palabras. Ni las pistolas ni los matones, sino el lenguaje. “Verbal” Kint es, claramente, Verbal King: el rey de las palabras. En Alicia a través del espejo, Lewis Carroll pone el dedo en la llaga con este diálogo entre Alicia y Humpty-Dumpty:

– Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón– significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.

– El problema es –dijo Alicia–  si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.

– El problema es –dijo Humpty-Dumpty– saber quién es el que manda. Eso es todo.

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Como nos recuerda Carroll, el poder determina el significado. Pero lo contrario también es cierto: el lenguaje es poder. Quien domina el relato lleva ventaja en la partida. Y eso es lo que hace Keyser Söze. Como una Sherezade del hampa, “Verbal” va contando un cuento tras otro al agente Kujan. Sospechosos habituales es la narración improvisada por un genio del engaño. Y Kujan, que cree tener delante a un pobre diablo, a un perdedor cojo y ninguneado, no es más que un títere con el que Keyser Söze se divierte. “Verbal” está tan convencido de su triunfo, su plan es tan brillante, que hasta se permite adornarse y expresar en la cara de su interrogador, con la maestría de un mago que cierra su espectáculo, la esencia de su arte: “El mejor truco realizado por el Diablo fue convencer al mundo de que no existía”.

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Y esto nos lleva al otro factor clave en el éxito de “Verbal”, el personaje que adopta Keyser Söze (¿o es al revés?). Sospechosos habituales es una lección sobre el peligro de dejarse llevar por las apariencias. Todos subestiman a “Verbal” por su aspecto, por su debilidad, por ser un don nadie. Y eso es precisamente lo que él busca: no sólo pasar inadvertido, sino sobre todo proyectar que alguien como él nunca puede ser quien maneje los hilos. Nadie ilustra mejor esta ceguera colectiva que el agente Kujan. Ni se le pasa por la cabeza que “Verbal” pueda ser algo más que un pringado que confirme su obsesión: que Dean Keaton es el cerebro de la trama. Él sí. Él sí es capaz de urdir un plan minucioso, de fingir su muerte, de desaparecer con la pasta. El propio Keaton piensa lo mismo de “Verbal”. Sólo es un peón. Pero ese peón le meterá una bala en la cabeza, en una escena que subraya su implícito antagonismo.

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El final de la película es soberbio. “Verbal” culmina su engaño fingiendo derrumbarse definitivamente ante Kujan, al que “confiesa” que Keaton era el jefe de todo. Justo lo que el agente quiere oír. Crecido, Kujan vuelve a retratar a “Verbal” como un estúpido, como alguien a quien Keaton ha manipulado como a un niño. (No es difícil imaginar lo que en ese momento tiene que estar disfrutando “Verbal”). Kujan cree haber resuelto el caso, aunque Keaton haya escapado. Saborea su café, casi satisfecho. Y entonces, echando un vistazo al panel de papeles del despacho de su colega, llega la dolorosa revelación.

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Verbal” ha salido libre. Kujan corre tras él, pero ya es tarde. Desde la puerta de la comisaría mira en todas direcciones, aún aturdido por el shock. En la calle, “Verbal” se esfuma como se esfuma su fingida cojera. La interpretación ha terminado. Ha vuelto Keyser Söze, que siempre estuvo ahí, delante de todos. Pero sólo el tiempo justo para volver a desaparecer.

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