Todos tenemos recuerdos sorprendentemente grabados del pasado. Momentos que destacan y que se han quedado en la memoria por encima de otros que aparentemente deberían tener mayor presencia. En mi caso, uno de esos recuerdos tiene que ver con el Cine On-Bide de Rentería y con un ciclo del que pude disfrutar durante mis años de instituto. No recuerdo la fecha exacta, pero diría que fue en 1989.
El ciclo tenia un titulo muy institucional, algo parecido a “Ciclo para la prevención del alcohol y las drogodependencias”, y supongo que fue ese título el que le permitió al programador colar películas que hoy en día me da que sería imposible proyectar en un ciclo para adolescentes. Es fácil imaginar en la actualidad a las Asociaciones de Padres y al Consejo Escolar echándose las manos a la cabeza ante la insensatez del loco que propone poner películas tan poco apropiadas para un público tan joven.
Ha pasado mucho tiempo de aquello, pero permanece imborrable en mi memoria aquel ciclo que provocó que TODOS hablásemos de las pelis, que TODOS hablásemos de los temas que se trataban en las pelis, y que a TODOS nos interesara un poco más el cine después de disfrutar de aquella estupenda selección.
Lo que no soy capaz es de recordar el orden en el que se proyectaron, pero puedo imaginar que arrancó con El hombre del brazo de oro (The Man with the Golden Arm, 1955), la más antigua de las que se proyectaron y una película que ya nació con el escandalo por bandera cuando su director, Otto Preminger, decidió estrenarla sin haber pasado por el Código Hays, pues sabía que no obtendría su beneplácito por mostrar aspectos sobre la drogadicción que estaba prohibido reflejar en pantalla.
De la adicción a la heroína y de muchas cosas más hablaba Sid y Nancy (Sid and Nancy, 1986). La adaptación, bastante libre por otra parte, de la vida de la estrella del punk Sid Vicious y la groupie Nancy Spungen, mostraba el descenso a los infiernos de la pareja entre conciertos, peleas, y “viajes” propiciados por su adicción. El asesinato de Nancy a manos de Sid, y el posterior suicidio por sobredosis de éste, supone un desenlace coherente para una relación absolutamente destructiva que solo pudo desembocar en este dramático final.
Días de vino y rosas (Days of Wine and Roses, 1962) también nos habla de la adicción, pero en este caso es el alcohol el vínculo que une a la pareja protagonista en una historia que reúne a dos de los nombres más famosos de la comedia, Jack Lemmon y Blake Edwards, para contar una historia tremendamente dramática en la que un alcohólico una joven de la que se enamora, de manera que puedan compartir su pasión por el alcohol.
Alejándose de los temas incluidos en el título del ciclo, el programador no tuvo miedo de tocar otros, como el embarazo adolescente, al que se acercó con Si estuvieras aquí (Wish You Were Here, 1987), una película muy olvidada en la que se hablaba del despertar sexual de la protagonista y de la búsqueda de un médico que le practique un aborto. Una historia que volveríamos a ver contada de manera magistral años después en la cruda 4 meses, 3 semanas, 2 días (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, 2007), de Cristian Mungiu.
Con Mi hermosa lavandería (My Beautiful Laundrette, 1985) se dobló la apuesta. La película con la que saltó a la fama Daniel Day-Lewis no se conformaba con tratar la homosexualidad, también hablaba del racismo y de las relaciones sentimentales interraciales en una época en la que la conservadora Margaret Thatcher gobernaba en el Reino Unido.
Una de las películas que más nos marcó para bien o para mal fue El muro (Pink Floyd The Wall, 1982). La película de Alan Parker nos pilló desprevenidos escondiendo tras su estupenda banda sonora una historia con toques surrealistas muy perturbadores en la que se habla de los sistemas de educación opresivos, de la sobreprotección por parte de los padres, del fracaso en las relaciones sentimentales y del descenso hacia la locura. Un combinado explosivo que nos voló la cabeza.
Supongo que para aligerar el tono las dos siguientes películas eran más amables, aun tratando temas como la delincuencia juvenil, las bandas, la violencia y las familias desestructuradas. Las películas de las que hablo son el magnifico díptico que rodó Francis Ford Coppola sobre la adolescencia: Rebeldes (The Outsiders, 1983) y La ley de la calle (Rumble Fish, 1983).
Y por fin llegamos a las dos últimas películas, las que completaban el ciclo. Dos películas que, por casualidad o no, han acabado compartiendo cartel en Bang Bang: El club de los cinco (The Breakfast Club, 1985) y La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971). Una combinación imposible de títulos en los que se trata a los adolescentes con dos puntos de vista diametralmente opuestos.
John Hughes decide en El club de los cinco crear un microcosmos en el que reúne a cinco estereotipos de adolescentes a los que en solo 90 minutos dota de personalidad, mostrando los conflictos que asfixian a cada uno. Con un tono ligero pero que no tiene miedo de ahondar en el drama, consigue que el espectador se reconozca en todos y en ninguno de ellos al mismo tiempo.
Stanley Kubrick opta por el camino contrario y elige en La naranja mecánica eliminar todos los elementos positivos para sacar al espectador de su zona de confort y mostrarle una realidad desagradable plagada de imágenes perturbadoras mostradas de la manera más incómoda posible. La película es tremendamente crítica tanto con el problema (la violencia) como con las teóricas soluciones (las diferentes terapias) o las otras partes implicadas (las instituciones, las víctimas, la iglesia o la familia), y no esconde en ningún momento su voluntad de provocar reacciones extremas ante lo que muestra.
Aunque mantengo que se trata de una dupla imposible, y una de las combinaciones más locas que hemos planteado en Bang Bang, recordar este ciclo del que os he hablado me ha hecho pensar que quizá estas dos películas tienen más en común de lo que pensábamos. Y para reforzar esta idea, dejo aquí las palabras de Lucía Fermín, la autora del cartel de la sesión: “Cuando me puse a pensar en las películas y en qué las unía, me vino a la cabeza lo siguiente: si Alex estudiara en el Instituto Shermer seguro que hubiera estado castigado y hubiera formado parte de The Breakfast Club”.