El leitmotiv de la película se nos repite en dos ocasiones: una anécdota sobre Charlie Parker, según la cual en uno de sus primeros conciertos lo hizo tan mal que Jo Jones le tiró un plato de la batería para que dejara de tocar. En la película se nos dice que el bueno de Charlie, en lugar de irse a su casa y llorar como una nena, se esforzó tanto que acabó convirtiéndose en leyenda. Anécdotas aparte, lo que debemos aprender es lo siguiente: si nos aplicamos el conocido lema de “sangre, sudor y lágrimas”, si somos capaces de dejar a un lado familia, pareja, amigos (seguro que son todos unos mediocres), si estamos dispuestos a que nos insulten y humillen en público, a que nos puteen o nos arrojen una silla a la cabeza; si tenemos la aptitud para llegar a tiempo a un concierto arrastrándonos después de que nos haya arrollado un vehículo… si estamos dispuestos a todo esto, entonces conseguiremos el éxito en aquello que nos propongamos. “Si quieres, puedes”. Sobre este lema se ha escrito buena parte de la cultura estadounidense. Y, por contagio, también la nuestra.
Así que ya sabéis. Los que no somos genios, corriendo a buscar un entrenador personal como el profesor que encarna J.K. Simmons, que en realidad parece más el sargento de artillería Hartman de La chaqueta metálica.
La pregunta es: ¿hay que soportar todo lo que ocurre en esta película para convertirse en un músico de talento?. A mí, personalmente, esta loa al esfuerzo que pasa por encima de la fragilidad y las debilidades humanas, no me parece de artistas, sino de gilipollas. Y no estoy hablando de despreciar el esfuerzo. Todo lo contrario. Creo que la mayor parte de las personas se esfuerzan todos los días en ser héroes que se levantan de la cama y salen de sus casas a enfrentarse con la vida. Lo que desprecio ese esfuerzo con carácter egocéntrico y egoísta, ese culto al éxito como valor sublime.
Esta es una de las dos cosas que no me gusta de esta película. La otra es su excesiva manipulación emocional. Porque si bien el cine es manipulación, Whiplash va más allá y se entrega a una mirada exagerada y sensacionalista que será muy del gusto académico.
Esta manipulación emocional tiene dos caras. La primera, la historia y los personajes. Una historia con un esquema que no puede ser más simple. Un relato sin matices, inmediatamente comprensible. Con dos personajes dibujados para el Oscar. Donde la atención se la lleva el profesor, un maltratador de libro, que a veces cae en el ridículo. Como en la escena en la que vemos a este personaje histriónico emocionarse anunciando a su clase la muerte de un ex alumno en accidente de coche (cuando más adelante nos enteramos de que el tipo se había suicidado por depresión, para mostrarnos la villanía del mentiroso profesor)
Por otro lado el alumno. Un blanco de clase media rodeado de una familia a la que se nos presenta, en un alarde de estereotipos, como una cuadrilla de mediocres: un escritor fracasado y unos hermanos que en realidad son unos brutos que se dedican a jugar al fútbol y son el orgullo familiar frente a nuestro protagonista, al que casi desprecian en su talento y su frikismo.
Y para el final el duelo entre alumno y profesor. Con un cierre ambiguo en el que los dos se miran mutuamente como “comprendiéndose”. Todo ha valido la pena si hemos llegado hasta aquí.
Por último, la otra cara de esta manipulación emocional. El gusto por lo escabroso. Manos con tiritas, sudor a raudales y en cámara lenta, y esas baquetas ensangrentadas que se muestran varias veces y que a ratos hacen que esto parezca una crucifixión filmada por Mel Gibson.
Termino. Los actores y el pulso de la película, la música, el nervio y la tensión… todo perfecto. Pero incluso en ese punto algo me chirría. Sin saber muy bien por qué, me viene a la cabeza Gregory Peck que ganó un Oscar por su papel de Atticus Finch en Matar un ruiseñor. Alguien dijo de él que era el actor “que mejor actuaba de espaldas a la cámara”. Sin gritos y sin histrionismos.
¿Película sorpresa? ¿Algo innovador? A mí me suena a viejo discurso calvinista y a construir y explotar dos personajes oscarizables en un espectáculo de sadismo justificado moralmente por esa estupidez de que si quieres, puedes. Opinemos lo que opinemos sobre la película, me parece un reflejo muy terrible de una sociedad enferma cuya pedagogía se basa el éxito a cualquier precio.
Yo más bien diría que refleja a un par de «enfermos» en una sociedad normal.
Por otro lado aunque la película tiene momentos excesivos, no hay que olvidar que es una película, cine, ficción, y con el uso de estos recursos la historia gana en intensidad.
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